martes, 17 de junio de 2008

He decidido engordar al monstruo capitalista

Creo en la libertad y la defiendo por sobre todas las cosas. ¿Pero cuál es la forma más visible de la libertad en esta era? La respuesta es simple: la libertad de consumir toda clase de bienes y servicios para acrecentar mi satisfacción, una satisfacción primariamente material.
Entonces, quien guía mi libertad, es el consumo, hijo que disputa con novísimas formas de explotación, el amor del su padre el capitalismo enaltecido. Su degeneración, el consumismo, que se sustenta sobre la ley de la oferta y la demanda tiene un supuesto básico: “no hay límites para nuestras necesidades”, “si estas estás ausentes, el mercado las crea”.
Si ya estamos embarcados en el “tren de la historia”, una historia que no tendrá marcha a tras; nos quedan por lo menos dos opciones: seguir engordando al monstruo capitalista, a ese que vende y vende sin consideraciones éticas, sin develar las lógicas de explotación que esconden sus productos; o le obligamos a cambiar su dieta, sin intentar siquiera matarlo.
Elijo engordarlo, cuando compro marcas y productos que esconden relaciones de explotación, cuando prefiero apoyar la industria multinacional afectando las iniciativas nacionales; cuando habiendo varios oferentes de soda, yo escojo aquella que no compite en las misma condiciones y que se ha constituido como monopolio; cuando no enseño a mis hijos a mirar la satisfacción de necesidades y por el contrario les enseño a comprar marcas y a dejarse seducir por cada innovación tecnológica; cuando jamás me pregunto a quien irá el dinero que invierto o gasto en una mercancía; cuando no me importa el peso que sobre el ambiente y en consecuencia sobre las futuras generaciones tiene la lógica comercial; o. cuando compro productos que dañan la capa de ozono. Pero ¿qué más da? ¡Soy libre y puedo elegir comprar lo yo quiera!
Es posible que la solución a la innegable debacle hacia la que el mundo se dirige, sea un giro en mis prácticas de consumo, en promover una generación de resistencia y liberación sin dejar de comprar lo que necesito, sin dejar mi libertad. Si la oferta y competencia se basa en la demanda, me pregunto: ¿por qué no obligar a que los empresarios compitan por ofrecer un producto que será consumido con consideraciones éticas? Como siempre la reflexión queda abierta y algo me dice que Marcuse y Sartre no se equivocaron.
Por. Melania N. Carrión (Artículo publicado en Diario LA HORA, 14 de junio de 2008)

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